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Este retorno a su pueblo, cual tragedia griega, traerá consigo una vuelta al pasado que desembocará en una catarsis.
Escrita en primera persona, tenemos la percepción de Amaia: su truculento pasado familiar, sus relaciones laborales principalmente con el género masculino, sus preocupaciones vitales... que configuran un personaje real, de carne y hueso, con el cual nos identificamos y empatizamos.
La escritora mantiene la tensión argumental de forma magistral, de tal modo que el lector no ceja en su lectura hasta la resolución del conflicto. A esto ayuda su prosa rápida, viva, sencilla, clara y amena; sus descripciones sucintas, pero precisas, que focalizan detalles como cámara de enfoque cercano.
Así, con Amaia, respiramos el aire fresco de esa altitud, sentimos el frío helador del valle, nos perdemos en el frondoso bosque e incluso creemos ver al Basajaun. La atmósfera de misterio y tensión se ve aumentada gracias a los ritos y creencias de la mitología vasca, elementos fundamentales del folkore autóctono, con los que crecemos los que vivimos en estas localidades. El propio nombre de la protagonista: Amaia, ya nos introduce en este mundo de mitos populares ( Amaia es considerado uno de los nombres femeninos vascos más antiguo), hecho que le sirve a la escritora para contraponer el pragmatismo científico de la protagonista residente en la ciudad y el utilitarismo de los ancestrales remedios y ritos populares.
Por tanto, conocedores, desde nuestra infancia, de estos seres mitológicos: Basajaun, Mari, Herensugea... el lector intuye la ruta a seguir, aunque Redondo, a veces, lo despista como buena maestra del suspense que es.
Mª Cruz Fernández